Marcos León
Lo que dicen nuestras encuestas sobre nuestros niños: esperanza y una llamada fuerte de atención
En las charlas que venimos dando sobre menores, sexualidad y Estado, hicimos algo muy sencillo: preguntar.
Las encuestas se organizaron en cuatro grandes bloques:
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Qué haríamos ante situaciones concretas con adolescentes de 14 años
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Qué creemos que debería hacer el Estado
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Qué pensamos de lo que hoy hace el Estado
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Qué tanto sabíamos de todo esto antes de la charla
A partir de ahí, las respuestas muestran algo muy fuerte.
1. Qué haríamos con un hijo o hija de 14 años
En el primer bloque, las preguntas giraban en torno a situaciones concretas:
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una adolescente de 14 años, un adolescente de 14 años, o tu propia hija de 14 años em relación a la sexualidad
Las opciones iban desde “dejar que decida sola” hasta formas de acompañamiento cercano, con límites y contención.
Una y otra vez, más de 9 de cada 10 personas eligieron la opción que dice, en el fondo:
“Un menor no puede quedar solo en decisiones de este tamaño”.
Esto muestra algo muy profundo:
todavía reconocemos que la inocencia y la vulnerabilidad de un adolescente no son un detalle técnico, sino el centro del problema.
2. Qué consideramos correcto que haga el Estado
El siguiente bloque preguntaba: ¿Qué debería hacer el Estado frente a todo esto?
Las alternativas iban desde “normalizar” la situación o limitarse a repartir anticonceptivos, hasta una opción que planteaba programas integrales que fortalezcan familias, valores y acompañamiento real.
La inmensa mayoría se inclinó por esa última opción.
No se está diciendo “el Estado no debe hacer nada”; se está diciendo:
“Si el Estado interviene, que sea para proteger, educar bien y fortalecer; no para dejar solos a los chicos”.
3. Qué pensamos del rumbo del Estado
En este bloque, explicamos de forma sencilla lo que hoy el Estado está promoviendo en nombre de los “derechos reproductivos” de los menores.
La reacción fue casi unánime: la mayoría expresa indignación que se rebela cuando ve que se toca la vida y la intimidad de los chicos.
Ahí aparece el primer dato esperanzador:
el corazón de la gente sigue reaccionando cuando se trata de los niños y adolescentes.
4. Lo que sabíamos… y lo que callamos
El cuarto bloque fue quizás el más incómodo: por un lado se consultaba si lo que hace el estado le indigna y o si está bien, y por otro lado si sabían o no sobre lo que sucede...
Aquí es donde encotramos a muchas personas que se encuentran en un estado que podríamos llamar “la resignación de los buenos”, pues, aunque son mayoría los que se indignan, dentro del grupo que acepta que el Estado reparta anticonceptivos, un 83%, en la pregunta anterior, había optado por que el Estado debe potenciar los valores y la familia. Entonces, aun que NO están de acuerdo, pero sienten que “ya está decidido”, que no hay nada que hacer, es como si ya estuvieramos condenados a ir por el camino de la dorrota.
En relación a lo de si sabían o no sabían que estas políticas ya estaban en marcha, casi la mitad confesó que si sabían. Y esta casi mitad que si sabían, un 76% había marcado antes que el Estado debe impulsar politicas que favorezcan los valores y la familia...
Aquí es donde deberíamos cuestionarnos muy fuertemente como sociedad: No es solo lo que el Estado impulsa, es también lo que nosotros dejamos pasar, lo que normalizamos por cansancio, miedo o comodidad. Y mientras tanto, en el centro de todo esto están ellos: los niños y los adolescentes, la verdadera inocencia de un pueblo.
Considero importante mirarnos al espejo y preguntarnos, como laicos, como cristianos, como providas, como personas que queremos construir la civilización del amor, el Reino de Dios en la tierra:
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¿Qué lugar real ocupan nuestros niños y adolescentes en las decisiones que aceptamos como sociedad?
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¿Cuánto de lo que hoy se hace sobre sus cuerpos y sus mentes se decide sin que las familias se enteren?
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¿No estaremos enseñándoles, con nuestro silencio, que su inocencia es negociable?
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Cuando ellos crezcan, ¿podremos decirles con paz que hicimos todo lo que estaba en nuestras manos?
Y si vamos más hondo todavía, tenemos que preguntarnos también por aquello que casi ya no nombramos:
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¿Qué tanto promovemos la castidad en serio?
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¿Cuándo fue la última vez que hablé con mis hijos, alumnos o jóvenes sobre la virginidad y la castidad, no solo como “no hacer algo”, sino como un camino de amor ordenado y libre?
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¿Sé cómo proponer la castidad en mi familia, con palabras y con ejemplo, o simplemente evito el tema?
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¿Cuándo fue la última vez que en mi comunidad, en mi grupo, se habló de castidad con claridad y sin rodeos?
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¿Me preocupo porque estos temas se toquen en mis espacios cercanos… o prefiero que no se hablen para no “complicar las cosas”?
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¿Tengo vergüenza de defender la castidad y la pureza, por miedo a parecer anticuado, exagerado o “fanático”?
Tal vez el dato más importante de estas encuestas no sea un porcentaje, sino esta pregunta que nos atraviesa a todos:
¿Estamos a la altura de la inocencia que decimos querer proteger?
Que cada uno lo responda en su conciencia. Y que sean, primero Dios y nuestros niños, algún día, quienes puedan decir si estuvimos o no a la altura.